Nacemos en un territorio físico, pero nuestra verdadera geografía es emocional. La infancia es el lugar donde comienza todo lo que después llamaremos destino.

Nací en el sur del mundo, en un país de cobre, vinos y poetas llamado Chile.
Crecí entre bosques, lagos y volcanes, con el amor y la ternura infinita de mis padres y abuelos. Desde niña sentí una fuerte conexión con todo lo que existe. Recuerdo que observaba las nubes embarazadas de agua, con sus enaguas mojadas y pensaba cómo se las podría secar.
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Cuando por primera vez estuve en el desierto de Atacama y vi un océano de
piedras, me pasé un día entero uniendo las piedras que se amaban y
cambiando las piedras de lugar para regalarles un nuevo horizonte a sus
pupilas.

En la infancia se siembran las raíces de nuestra autoestima, los mapas
emocionales con los que navegamos la vida y las melodías invisibles que guían nuestras decisiones. La infancia es el camino de regreso hacia uno mismo y recordar aquella voz interior que ya lo sabía todo.